Cuento: Tusk…

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El pequeño Tusk miró a su madre a lo lejos, ella amamantaba a su hermano, se veía hermosa, su rostro apacible y sus ojos negros contrastaban con el paisaje blanco a su alrededor.

A lo lejos el murmullo del mar que chocaba contra las rocas llegaba a sus oídos, era un golpeteo rítmico, las aguas cristalinas se elevaban mojando a quienes se encontraban a la orilla de las playas.

Era un espectáculo magnifico sin duda, el cielo mas azul que nunca y sin ninguna nube lucía un sol en toda su magnitud, embelezado por aquel panorama nuestro amiguito ponía su cabecita al sol y aplaudía dejando salir de su boca un sonido al que su hermano y madre respondían a dúo.

Nada, nada parecía poder trastocar el paraíso y entonces, paso, el ruido insoportable, los gritos guturales, bestias salvajes salidas del mismo infierno, seres enormes más que cualquiera que Tusk hubiese visto.

Bastó un segundo y nada volvió a tener sentido uno de los seres se partió en dos y como rayo cayó sobre la madre y hermano de Tusk, que cayeron ante su mortal toque, uno a uno, sus tíos, sus primos, sus amigos todos caían inertes o quedaban ahí a medio morir, asustado el pequeño intento huir.

Corrió, corrió tanto como su diminuto cuerpo y torpes extremidades se lo permitían, pero no fue suficiente, estaba rodeado, entonces pudo verlos claramente, tres horribles criaturas, sin rostro, sin ojos, solo la frialdad de su aliento bastó para congelar a Tusk.

La luna se elevaba sobre el campamento de los cazadores, un grupo cantaba acompañados con botellas de licor, a su derecha un hombre limpiaba la punta de su arpón, y allá lo lejos, totalmente solo, tirado sobre blanca nieve, ahora roja, una pequeña foca desollada exhalaba su último aliento, el último aliento de Tusk.

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Hace dos exactamente empezó una de las actividades más cobardes, incivilizadas e injustificadas alrededor del mundo la caza de focas en tierras canadienses, 350.000 focas serán muertas a golpes.

Las afortunadas morirán al primer porrazo del garrote o bajo el filo del arpón, las que no serán desolladas vivas para quitarles la piel y venderlas a millonarias casas de moda que harán trajes para que las señoras de alcurnia, las luzcan en sus reuniones y fiestas.

No cabe duda que a pesar miles de años de evolución, con todos sus adelantos, el hombre sigue siendo no solo el animal más peligroso de la faz de la tierra, sino el también el más idiota.

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